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Cinismo contemporáneo

Peter Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Siruela, 2009

Fenomenología del cinismo postmoderno
            La reedición, por parte de la editorial Siruela, de la Crítica de la razón cínica de Peter Sloterdijk es una noticia que no puede dejar indiferente a nadie que se dedique al oficio de pensar. A pesar de que en los círculos académicos alemanes, es una obra ignorada, el texto del filósofo de Karlsruhe plantea serias preguntas y sesudas reflexiones que nadie que pretenda comprender las palpitaciones de nuestro tiempo puede ignorar. Se trata, como se sabe, de un texto extenso y críptico, tanto por su nomenclatura, -es un creador de muchos neologismos- como por los múltiples meandros intelectuales que el autor se permite el lujo de dibujar. La tesis, sin embargo, es clara: el cinismo es el signo de nuestro tiempo y éste se expresa de múltiples modos. Como el ser, el cinismo, también se dice de muchas maneras.
El cinismo postmoderno que, nada tiene que ver con el cinismo griego, el de Diógnes de Sínope, es la consciencia desgraciada de la Ilustración, la cristalización del fracaso y, por lo tanto, una actitud vital caracterizada por la nostalgia y por la imposibilidad de creer ya en algo. Para el cínico nada es claro, nada merece la pena el sacrificio, el esfuerzo, la entrega. Dice el autor: “Dado que todo se hizo problemático, también todo, de alguna manera, da lo mismo. Y éste es el rastro que hay que seguir. Pues conduce allí donde se puede hablar de cinismo y de ‘razón cínica’” (p. 21).
El autor, que relaciona estrechamente el cinismo con el nihilismo, el fracaso de la Ilustración y la descomposición de las grandes ideologías emancipadoras del siglo XX, expone, con dureza, casi diríamos, con total transparencia las debilidades, contradicciones de nuestro tiempo y expone la lenta agonía de la filosofía. Un texto que da que pensar, pero que no plantea terapéuticas, ni posibles mesianismos, puesto que el cínico ya no cree en nada, ni en el Partido, ni en la Religión, ni en la Razón. El mundo se deshace en sus manos y todo se le presenta bajo la forma de engaño. “El cinismo moderno -escribe Peter Sloterdijk- se presenta como aquel estado de la conciencia que sigue a las ideologías naïf y a su ilustración. El agotamiento manifiesto de la crítica de la ideología tiene en él su base real” (p. 37).
El cínico aparenta creer en algo, pero de hecho, ya no tiene fe en nada, ni siquiera en sí mismo. Sólo le mueve el instinto de autoconservación. Ya sabe que no puede cambiar el mundo, que la fatalidad del sistema capitalista no permite alteraciones, pero mira de situarse en el mundo y sacar la mayor tajada del mercado. “Los cínicos no son tontos y más de una vez se dan cuenta, total y absolutamente, de la nada a la que todo conduce… Saben lo que hacen, pero lo hacen porque las presiones de las cosas y el instinto de autoconservación” (p. 40). La crítica de Sloterdijk es demoledora y afecta a todas las esferas y ámbitos de la sociedad, desde el ejército, hasta la iglesia.
Incluso la educación formal y universitaria está atrapada en las redes del cinismo. Se trata de aprobar los créditos, de hacer ver que uno sabe, para así tener un título y acceder a la vida profesional, para una vez ahí, hacer ver que a uno le interesa lo que se cuece en aquella empresa. Juego de cínicos. Afortunadamente  Sloterdijk salva algunos maestros que, dentro de un sistema cínico de educación, tratan de enseñar a pensar y sobre todo, pretenden iniciar  a los jóvenes a la vida consciente. Escribe el pensador de Karlsruhe: “Si no hubiera maestros que desesperadamente se esforzaran, a pesar de la docencia, por llegar a la Ilustración y que invirtieran su energía vital, a pesar de las circunstancias, en el proceso pedagógico, apenas ningún alumno llegaría a darse cuenta de qué es aquello de lo que se trata en la escuela” (pp. 149-150).
El paisaje que describe Sloterdijk es desolador. Uno desearía pensar que no tiene nada que ver con la realidad que vivimos y, sin embargo, tiene que reconocer que el polémico filósofo, está hablando de nuestro mundo, de nosotros mismos. Escribe: “Cada cual hace su trabajo y se dice: sería mejor meterse de lleno. Se vive de un día a otro, de unas vacaciones a otras, de un noticiario a otro, de un problema a otro, de un órgano a otro en privadas turbulencias y en historia a medio plazo, agarrotado y al mismo tiempo distendido” (p. 171).
La pregunta que deja suspendida el filósofo de Karlsruhe en su libro es clara: ¿Qué puede liberarnos del cinismo? ¿Cómo recuperar la fe, la esperanza, la voluntad de vivir, para decirlo al modo nietzscheano? Ninguna respuesta. El ser humano, observado desde la distancia, no da la impresión de ser un animal inteligente, sino más bien un homo stultus. Escribe Sloterdijk: “Con un sentimiento de amargura, el viejo hombre despliega a continuación el retablillo de estupideces humanas: amputaciones, circuncisión, celibato, culto real, vasallaje, sometimiento, sociedad de clases, drogas, alcoholismo, tabaco, modas, joyas, guerra y armamento, superstición, corridas de toros, exterminio de especies animales, destrucción de bosques, aduanas proteccionistas, enfermedades por ligereza” (p. 696).
En definitiva, uno tiene la impresión, al terminar de leer el largo ensayo que, frente a la razón cínica, debemos reivindicar, de nuevo, la razón luchadora, pero sin caer en el punto de vista ingenuo de nuestros antepasados. La razón luchadora, tal como la describe Sloterdijk es “ya de por sí una razón activista y no pasiva que no se deja disolver a ningún precio y que de por sí no se somete nunca a una prioridad del conjunto, de lo general y trascendental” (p. 758).